CURI – 2º FORO LIBRE
ELEMENTOS PARA LA INSERCIÓN INTERNACIONAL DEL URUGUAY EN LA ACTUALIDAD por Gonzalo Pérez del Castillo
La pandemia del COVID-19 debería haber terminado de convencer al mundo que en el siglo XXI somos una aldea global que enfrenta desafíos comunes. Ningún Estado Nación, por más potente que sea, puede afrontar y solucionar por cuenta propia los problemas que actualmente plantean la humanidad y la naturaleza.
Liderazgos políticos incompetentes y poco clarividentes desperdiciaron la oportunidad de reforzar un nuevo orden mundial con reglas de juego claras y consensuadas para enfrentar problemas comunes. La tendencia pospandemia y posguerra en Ucrania apunta hacia un mundo multipolar con distintos bloques de influencia compitiendo entre sí por la primacía militar, política y económica. Es claro que este esquema no es el adecuado para aportar soluciones a problemas globales tales como la contaminación ambiental, la proliferación de armas nucleares, las migraciones ilegales, reglas consensuadas para los intercambios comerciales, el crimen organizado o la extinción de especies. Es incluso dudoso que estos pretendidos bloques logren conformarse en vista del imparable avance de las tecnologías de información y comunicaciones pero es lo que, lamentablemente, se nos propone hoy.
Tal es el mundo en el cual los países de menor peso relativo deben sobrevivir en los próximos años. Una política exterior del Uruguay debe partir de estas premisas. Se nos presentan diferentes escenarios, con desiguales actores, a veces antagónicos, que nos obligan a buscar un nicho de sobrevivencia. Debemos movernos con inteligencia en todos los escenarios de modo no solo de evitar ser atropellados, sino de sacar el mayor provecho posible de las circunstancias. Eso requiere una conciencia clara de nuestras debilidades y fortalezas y de cómo podemos, todos juntos, sacar el mejor provecho de ellas.
Es de toda evidencia que, en términos cuantitativos, el Uruguay no puede tener peso en el mundo globalizado de hoy. Su población, su producto, sus exportaciones e importaciones son de muy escasa significancia a escala mundial.
Desde el punto de vista cualitativo, el Uruguay presenta índices envidiables en cuanto a la calidad y estabilidad de su sistema político democrático, el respeto al derecho, la separación de poderes, los índices de libertad de expresión, de reunión, de asociación o de percepción de transparencia. Estos indicadores son muy altos y compiten con ventaja incluso con países de altos niveles de ingreso.
La carta de presentación del Uruguay debe ser de un producto de calidad y, como tal, requiere de persistencia y confiabilidad en el tiempo. La política exterior del Uruguay debe proyectar esa imagen. El Uruguay hace gala de ser un país democrático que ha vivido exitosamente alternancias en el gobierno nacional de partidos de ideologías contrapuestas. Por un período de casi cuarenta años los traspasos de mando se produjeron sin estridencias, aun en casos de victorias por márgenes mínimos, y se respetaron los períodos de gobierno. Las elecciones fueron calificadas internacionalmente como libres y limpias; las libertades indispensables para el desempeño del proceso electoral fueron garantizadas y los resultados de la Corte Electoral resultaron indiscutidos.
Uruguay debe encontrar nichos favorables en los distintos niveles en que deberá desempañarse. En la región (que admite varias interpretaciones), en la civilización occidental y en el mundo en su conjunto. En todos ellos vale la siguiente premisa: las relaciones internacionales son un campo en el que los golpes de timón sorpresivos le hacen daño al país y solo favorecen a los rivales o la competencia. Presentar la imagen de un país dividido y sujeto a cambios radicales según quien obtenga el gobierno nos perjudica a todos los uruguayos sin excepción.
Los valores que exhibe el Uruguay son altamente apreciados en el mundo occidental y también en los organismos internacionales por el sencillo motivo que estos reflejan en buena medida los principios de la civilización occidental. En estas dos arenas nuestro comportamiento debe ser firme y coherente. Debemos sacar provecho de que, por sus características, el Uruguay es un país ejemplar. Como tal puede desempeñar un rol de mayor relieve, ejercer mayor influencia y promover una inserción beneficiosa en el mundo en campos como los servicios, el turismo, las inversiones privadas, etc. Uruguay debe ser un país atractivo para que empresas internacionales de importancia radiquen sus inversiones. El país puede ofrecer estabilidad y seguridad y una posición geográfica estratégica en el continente.
Con respecto a las relaciones comerciales, teniendo en cuenta la matriz exportadora del Uruguay, es evidente que debemos enfocarnos en la región Asia-Pacífico que es la de mayor crecimiento económico y poblacional. A medida que el ingreso de su creciente población lo permita, se verificará en esta región una progresiva demanda por los alimentos que el Uruguay produce, y continuará produciendo en forma eficaz. Corresponde no olvidar sin embargo que en materia de inversiones externas o turismo, ambos vitales para la economía, dependemos básicamente del mundo Occidental. Asimismo, las relaciones culturales del Uruguay con el resto del mundo son mayoritariamente con los países de Occidente.
En el mediano plazo el Uruguay puede apostar a ser un país competitivo en los mercados del mundo occidental, o en el mercado mundial, con productos que tengan un alto porcentaje de valor agregado. Esta opción no es imposible. Necesitaría cambios, en algunos casos radicales, en la política que sucesivos gobiernos realicen en educación, en ciencia y tecnología, en la eficacia y eficiencia de los servicios públicos, en la flexibilidad de las relaciones laborales y en el manejo de la política fiscal y monetaria.
En el ámbito político regional más amplio –las Américas– el Uruguay suscribe y respeta los lineamientos de la Carta Democrática de la OEA, motivo por el cual, en ese amplio ámbito interamericano, el Uruguay es un país ejemplar. En ese mismo ámbito el Uruguay ha sido respetuoso de los fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Está claro que la potencia dominante en ese espacio son los Estados Unidos de América y tal condición no se verá alterada en el futuro próximo. En el marco de la OEA, Uruguay, junto a Costa Rica, Chile y Barbados, es la demostración que la democracia liberal y todos los valores que ella sustenta son perfectamente posibles y viables en el continente. Es notoria la ventaja que estos otros países han sacado de esta condición. Uruguay no ha logrado hacerlo.
La condición de país ejemplar merece consideraciones muy distintas en ámbitos regionales más restringidos, como el Mercosur. Aquí, los mencionados méritos políticos, institucionales y socio-económicos del Uruguay operan como un hándicap. ¿Por qué deberían los países grandes y dominantes del Mercosur prestar debida atención a los problemas específicos del Uruguay si, en fin de cuentas, el Uruguay tiene indicadores muy superiores a los de ellos?
Es de toda evidencia que nos enfrentamos a la necesidad de interactuar en estos distintos escenarios con una posición no solo adecuada a cada uno de ellos sino, fundamentalmente, unida, sólida y permanente en el tiempo. El Uruguay, por ser un país con un mercado interno pequeño para las abundantes commodities que produce, precisa de una apertura al mundo y de negociar ingresos preferenciales para su producción exportable que enfrenta altos niveles de proteccionismo. Esta es una necesidad vital para nuestro país que debe ser manejada con perseverancia y firmeza ante nuestros socios del Mercosur. Abandonar el Mercosur no es una propuesta atendible. En un radio de dos mil kilómetros de Montevideo se encuentra la población de mayor nivel adquisitivo de América Latina. Este fue, es y será el barrio de todos los uruguayos, siempre. Tenemos que encontrar la mejor forma de vivir en él.
Una política de inserción del Uruguay en estos distintos ámbitos (multilateral, Occidente, Asia y Pacífico, regional América y Mercosur) necesita de una sólida expertise en una muy variada gama de disciplinas. Las decisiones que toma la Cancillería del Uruguay debieran contar con este apoyo en forma institucional y permanente. Correspondería que quien lleve la voz del país al exterior operara dentro del marco de flexibilidad que estos grupos experimentados y permanentes en cada región o tema indiquen. No quiere decir esto que un nuevo Presidente o Ministro no pueda imprimirle a cada tema o región el énfasis o prioridad que considere adecuado. Pero no debe hacerlo sin tener en cuenta la historia, la complejidad y los peligros que cada iniciativa implica. La improvisación es desaconsejable. Debilita a todo el país, compromete sus intereses y fortalece a los rivales, la competencia, el enemigo o el nombre que quiera dársele.
Naturalmente, el montaje de estos grupos asesores permanentes comporta una clara decisión política. No falta quien diga que tal acuerdo entre partidos con ideologías diversas no es posible o factible en el Uruguay. No compartimos ese criterio. Creemos que hay posibilidades de consenso incluso para los temas más urticantes.
Por ejemplo, puede decirse que todo el espectro político del Uruguay tiene un claro consenso sobre lo que constituye una democracia. No debería ser muy difícil llegar a un acuerdo entre todo el espectro político uruguayo sobre cómo debemos tratar en foros internacionales el tema de los países de América Latina (u otros) que ciertamente no cumplen con los requisitos que en el Uruguay se exigen para pronunciarse sobre si un régimen extranjero es, o no es, democrático. Acaso lleguemos a un acuerdo interno en el sentido de que si bien tal o cual país no exhibe una calidad democrática que sería aceptable para nosotros, los foros internacionales no son el lugar apropiado para dirimir las diferentes interpretaciones que podrían hacerse sobre el tema.
Por el contrario,S es imprescindible que haya una continua y bien documentada posición internacional con respecto a, por ejemplo, las restricciones comerciales que impone el Mercosur, el buen funcionamiento de la hidrovía y los puertos, las decisiones que favorecen al Uruguay en los organismos internacionales y regionales, etc.
Resulta obvio que tales mecanismos institucionales de apoyo deben tener una composición técnica y una representación plural cualquiera sea el color del gobierno. Debería ser igualmente obvio que al mundo ni le interesa ni le afecta las diferencias políticas que tengamos entre uruguayos. Al Uruguay, sin embargo, las improvisaciones, vacilaciones y cambios de rumbo que resultan de ellas le empañan su carta de presentación y su credibilidad. Le hacen daño.
Gonzalo Pérez del Castillo
Setiembre de 2023
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